Detente,
no me definas,
que las oigo venir
blandiendo en su pico
las llaves de tu prisión.
No sé si he inventado
este milagro,
como la niebla inventa
los pájaros de hielo
que cubren el árbol
cuando se marcha,
y, en la mañana, bajo la luz del sol,
persisten sus plumas brillantes
y unos temblorosos picos
sin cuerpo visible
que, aún, cantan.
Que regresen al mundo
las manos compasivas,
que vuelvan a la carne
los ojos de los que ven,
los que en silencio lo sostienen
ajenos al ruido del rencor y la sombra,
los que necesitan sin pedir,
los que procuran sin necesitar,
los que resuelven enigmas
y también los que los plantean,
los agotados que cedieron su fuerza
para cargar la piedra de otro
y en el camino perdieron la suya,
pero no volvieron atrás
y los que sí volvieron
a su pesar.
¿Qué decir del eco
que perdiste en el hueco,
si en el vacío no puede viajar?
Podrá desplazarse a través del agua
o en las lágrimas de un niño
al que dejaron solo una noche de invierno
o a través de todos los mares del mundo,
en el aire que mece las hojas
y en la madera de los bosques
a dónde van las almas perdidas
a buscar refugio;
podrá dispersarse a otro lugar
después de rebotar contra el borde
de un muro de piedra.
Pero, ¿escuchar el sonido de otros
que viaja después de haber sido:
sin lluvia que lo transporte,
madera que lo aísle,
aire que lo impulse
o viento que lo arranque?
He ahí el milagro que contradice
todas las leyes de una física
que sólo vio en la materia
un medio de transmisión.
Que tu nombre fue reverenciado
por Kafka,
quienes preguntan de dónde vienes,
probablemente lo ignoran.
Que tu origen sea incierto
añade belleza a tu imagen:
puedes elevarte más allá
del cielo de esta isla
que está dentro de otra isla,
y de otra y otra…
Las caderas se estrechan,
el vientre se redondea.
Hay que ajustar las cuerdas
de otra forma para afinarlo,
para que siga sonando.
Temía que se parara,
y, sin música, dejara de bailar,
pero el río no se ha secado,
sigue su curso
con el agua más mansa.
Tras el espejo no hay husos horarios,
ni citas impostergables,
se adelgaza el vaho
de los recados del cristal
que, a veces, deforma
los relojes de cuerda prendidos
de un chaleco que huye.
-“No voy a llegar a tiempo”-.
Pero no puedo quedarme:
alguien podría querer
cortarme la cabeza.
Y ahora toca elegir.
Te quitaste el bocado
cabeceando,
libre la mandíbula
de acero y hierro.
Creciste sin boca,
con los ojos y tímpanos
atentos a lo esencial:
ver,
oír,
callar.
Se busca a los inocentes,
hazmerreíres que el sol
elige para alumbrar,
a los que hacen crecer
flores de las raíces de sus manos.
Se huye de los descreídos
que vuelven -¿de dónde,
si siempre se va, se vuelve?-,
de los que dicen haber hecho
un surco en la hendidura de lo infinito.
La poesía, si hay vida,
como una película muda,
continuará…
Alta me quieres,
sin doblegar el cuello.
Alta te espero:
fue necesaria la llama
de un obstinado soplete
que desoyó la advertencia
de nunca confiar el fuego al acero.
Las huellas de otro tiempo y espacio
marcadas en una piedra,
el hueco fundido con vértebras,
heces y cráneos:
la más bella memoria visual.
Mi alma como el fósil de un amonites,
que sólo tú has podido descubrir
con las yemas de tus dedos.
Cuánto tiempo se nos va
en una hilera
esperando ser llamados.
Traté de hacer un cálculo mental
una tarde que esperaba
no sé bien a qué...
Desistí para no añadir
más tiempo al tiempo
que se me iba contando
las veces de veces
sin importancia.
Quizá también hagamos cola para nacer,
pero, ¿no la hacemos para morir?
Los ancianos llaman a sus madres
como si volviesen a ser niños
y quisieran verlas junto a su lecho
agarrándoles la mano.
Quizá buscan un cuento
para dormir tranquilos, una palabra
que llevarse al sueño más largo.
“Mamá, Mutti, Mom, Madre...”
Ya la vieron, la escucharon,
porque algo en sus ojos cambia,
porque aguzan sus oídos,
porque curvan sus labios.
De quién el dedo
que sujeta la vara.
La materia oscilante
hacia un lado, hacia otro.
La eterna pregunta
sobre la longitud del hilo.
Y la trayectoria circular.
Nada de eso secuestró mi ser,
te digo, sin mover la lengua,
mientras me abrazas:
mediar entre ambiciones mediocres
donde la gente se mata
por el destino de un ¿bien?
La luz de tu alma resplandece
como la de una estrella hace años muerta,
la flor y su cáliz abierto,
el despeñadero por donde querer
saltar.
Un mariposa de intenso azul
abre sus alas sobre mi corazón.
El deseo de cultivar un jardín,
con hierbas aromáticas y flores,
choca contra la realidad
del pulgón.
El deseo de volar sobre las copas
de los árboles y vislumbrar
abismos desde el cielo,
contra la gravedad.
¿Y el deseo de amar?
El deseo de amar, contra todo:
pulgón, gravedad, desierto,
pero es el único que procura
el aroma más sutil,
el vuelo más perfecto,
y el fuego necesario
para que arda en llamas
la parte más incombustible de la vida.
Tú, que me acompañas y me arropas,
que me empujas y te clavas.
Mi día deberían ser todos, contesta,
como tu yo deberían ser otros:
la hierba, el viento, la lluvia;
la lengua áspera y rugosa del gato;
el pecho febril de la madre
que necesita ser succionado,
porque arde, porque duele;
el ojo del bebé, la mano del viejo;
el cuerpo minúsculo de la niña
que agoniza sobre la arena negra...
Hoy no es mi día. Mi día son todos.
Hay un horizonte en el cielo
como un helecho de Barnsley,
tomando como coordenadas
el sol y la luna que espera.
“No se pasa de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero.” María Zambrano
Llegar a ti, no como se llega
a una montaña elevada
a más de 8000 metros del suelo,
ni ser capaz de caminar descalza
devorando las brasas de unos poemas.
Llegar a ti como elevándose
sobre montañas a miles de kilómetros
del suelo, llegar como moviendo
todos los objetos de lugar.
Hacer temblar la tierra,
despegando tus pies del asfalto
para que veas que la energía de rozamiento
no es contraria
a la velocidad, sino su aliada.
Llegar a ti sin la posibilidad
del viento.
Recuerda los castaños en noviembre
alfombrando la tierra,
y sus valvas estremecidas
como úteros anidando huecos.
Recuerda a tu ángel de pelo blanco.
Recuerda que los moldes
se desmoldan, que la luz
de las estrellas proyecta
en la noche de los tiempos
todo el amor.
Recuerda
que son blandos la arcilla
y el barro.
Recuerda que las piedras
también se rompen.
Wo gehen wir denn hin? Immer nach Hause. Novalis
¿Cuál es la casa a la que siempre
volvemos,
después de tanta vuelta,
donde la gravedad hinca sus dientes
y los sueños se escapan,
escalan, se esconden como pueden,
no dejándose cercar?
¿Es el mar, con su ingravidez,
el que nos llama, o su reflejo más arriba?
¿Y si la ola nos lleva, volverá el aroma
de lo que fuimos a la orilla
como regresan los objetos
que un día partieron?
¿Volverá la imagen en la noche,
en las embestidas contra la roca:
sueños de túnicas blancas
y cabellos de espuma de sal,
que agradecen siempre al mar
la invisibilidad de sus lágrimas?
Hay quien yerra con las magnitudes:
las uvas demasiado verdes,
el agua demasiado turbia,
la luna demasiado alta,
la noche demasiado oscura.
Nada es pequeño ni grande
para el alma,
que sabe estar a la altura.