Tras el espejo no hay husos horarios,
ni citas impostergables,
se adelgaza el vaho
de los recados del cristal
que, a veces, deforma
los relojes de cuerda prendidos
de un chaleco que huye.
-“No voy a llegar a tiempo”-.
Pero no puedo quedarme:
alguien podría querer
cortarme la cabeza.
Y ahora toca elegir.