El amor me ha tomado
esta noche.
Sólo una caricia, apenas dos dedos
rozando mis párpados
y unos ojos de oscura luz...
El vigía de mis sueños vertía
en mi vientre mudas palabras
como peces de exóticos colores
que había tomado prestados del mar.
Su caña humilde, su negro ropaje,
y su tímida entrega para decir:
sabes quien soy.
Mira.
Podías blandir tu juego de llaves
en respuesta a mi plegaria
o, al menos, hacer que juegas con ellas
y entonces:
estiraría mucho los brazos,
me haría un ovillo de escarcha,
o, si así lo prefieres, una lengua de fuego,
arrebataría el tres al amor
y todos sus múltiplos a la empatía,
dejaría atrás todas las piedras
para intentar alcanzarlas.
No importa si 9 ó 90.
Conocía la forma y hoy creo saber
el fondo exacto de la hendidura.
Mi afección comenzó cuando aprendí a hacer gráficas.
Hoy lo recordé ayudando a mi hija con sus deberes.
Había que rellenar los huecos con colores.
Con determinación coge el lápiz azul y amarillo, sus colores de cielo con el sol riendo siempre en la esquina izquierda sobre montañas y ríos.
Y recordé mi angustia: las coordenadas de espacio y tiempo.
Y cambié su método:
no hay horizontal, hija, ni vertical,
sólo círculos.
Infinitos.
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