Amo la vida plenamente:

es uno de los mantras eneasílabos

que repito novecientas veces

antes de dormir.

Copia en la pizarra  como castigo

por tapar tus ojos con las alas:

Amo la vida plenamente.

Amo la vida plenamente.

Amo la vida plenamente.
Me llevo el gesto:
en las manos de mi madre
sujetando mi cabeza
cuando me quedaba dormida en el coche;
en los dedos de mis hijos agarrando
fuertemente los míos;
en los aleteos de mi amante
sobre mi vientre y un palmo más abajo;
en los ojos y sus miradas
no ratificadas ni contradichas
por bocas falsas;
en la inquieta calma de los silencios;
en la ausencia que me acompañó
desde el inicio y en la presencia
que me dejó más allá.

Podría ser que sólo buscara

hacer una balanza donde fijar la memoria:

apartar de la realidad 

parte de su gran masa gravitatoria 

y volcarla en el platillo

donde los sueños tan ligeros 

adquiriesen gravedad.