Hay algo que vive...

Hay algo que vive en mí,
que late dentro,
no quiero taparlo más,
ya no lo temo.
No quiero cambiar
el vestido a la muñeca,
aunque este viejo y raído,
ni alicatar los baños,
ni trasegar más versos.
Fabriqué el recipiente,
le di la forma adecuada
y ahora puedo verlo.
Está vacío. 

Y está muy lleno.

Fui la ausente...

Fui la ausente de tus versos.
La noche más oscura
que decide que la luna
dé para otra mano.
La inexistente.
La que no fui.
Algo así como de barro,
o tal vez, de plastilina.

Se inflama...

Se inflama y se comprime
la hoja caída
como si quisiera seguir bailando,
antes de fundirse con la tierra,
al ritmo de un corazón que ama.
Que condescienda el viento,
parece decir.
Una sola vez más.

Hay un solar...

Hay un solar repleto de ceros
y luz. A salvo de un mundo
extraño. Y hay en el suelo
poemas escritos que pueden leerse
al tocar, las letras palpitan
vivas al tacto,
los ojos no pueden verlas.
Y estas tú. 

Y sé que me esperas.

La magia

La magia huele a limpio,
a fragancia de niño que entiende
todos los poemas
y tiene la textura de un ratón
que permuta un diente
por una moneda,
y canta profundas melodías
que saca de un sombrero de copa
y sabe a instante
y a regaliz
y es redonda.
La magia mira todo lo que ve
y ve todo lo que no mira.
El problema es que a veces se esconde
cuando uno se complica, porque
-y eso hay que tenerlo en cuenta-
ella es modesta y sencilla.

En la diagonal...

En la diagonal más lejana
se le fue de las manos
la primavera.


Y el tallo se quedó sin vestido.

Los pétalos a merced de los alisios
alfombrando dunas, roques
y una ardiente lava.