¿Y qué si no me entiendes? Escribo para ser una cuerda o esas baldosas que se resquebrajan tras haber sido pisadas o un desfiladero de piedras. ¿Para cruzar qué? ¿Para llegar a dónde?
Convidado de piedra del amor, su ponzoñoso huésped. Cuelgan tantos disfraces como ramas de tu oriniento tronco. Las preguntas y los condicionales, los subjuntivos a punto... Ridículo y absurdo cobrador del frac: no debemos a la muerte nuestra vida, el amor tiene los brazos más largos y te arranca aunque no quieras ese triste reloj de cuerda que cuelga de tu solapa: yo le ayudo.
Te vi justo en ese instante en que se abrió en el cielo gris un tímido rayo que fue a caer en el borde mismo de tus ojos, alumbrándolos por dentro y haciendo que pudiera leer todos los adjetivos que ahora se me niegan. Cuánto deseé en ese momento escribir sobre tu piel y hacerme un abrigo con ella, que fiel guardara la memoria de todo lo que no fue dicho. Las palabras que murieron en ti, que nacieron en mí...
"Como aquel que no puede decir lo que quiere enterrado al fondo de su raza."
(Vicente Huidobro)
Unas gruesas gotas cayeron sobre mis manos como si lloraran las falanges de mis dedos. Llévatelas, quise gritar. No más estos lastimosos versos que balbucean sin decir, sin llegar a los angostos ámbitos
Algo se le incendió por dentro. Se chamuscaron algunos fusibles de forma espontánea o no, quién sabe, y del montón de cables quemados nació un retoño de aire más fresco y despierto. Parecía diferente de los demás; menos perspicaz y astuto, en apariencia algo lerdo, pero cuando decía algo con ese aire de pimpollo ausente parecía un pájaro viejo. Recetaba cuentos para las penas y poemas para las dudas de la existencia. Y lloraba cada tarde y también muchas mañanas. Y reía con las flores. Se callaba la gente cuando hablaba y dudaban si anestesiarlo o seguir sus raros consejos. Pero pronto empezó a asustar a su entorno y lo llevaron al médico. Era un brote, le dijeron. Y buscó el significado de su nuevo nombre en el diccionario y entendió que debía volver a quedar dormido o, cuando menos, parecerlo. Y así todos contentos: los dormidos y los despiertos que simulan echar un sueño en un mundo que parece una enorme y absurda cama circular.
Ayer me armé de valor, o mejor, me desarmé de miedo. Prefiero el verbo con el prefijo que lo niega para dejarlo como estaba en un primer momento. Des armar: quitar las armas que uno mismo se ha debido colocar por algún motivo. Decía que me desarmé y no como metáfora, si no como descanso a la orilla de un río para inclinarme a beber agua y dejar por un momento todos los artilugios de defensa o de ataque, que viene a ser lo mismo aunque casi todo el mundo me lo discuta. Y te lo conté. Todo. Hasta aquello que no se debe decir. Y es entonces cuando pude observar la situación desde otra perspectiva diferente, no desde la tuya ni desde la mía sino desde una tercera mucho más perfecta: un otro con una visión nueva.