Umbrales

Me detengo en todos ellos,
la entrada a otro lugar,
acceso a diferente hueco, 
es imperceptible la pausa: 
una vacilación del pie izquierdo 
como si invocara algún credo. 
Pongo especial cuidado 
en que la frenada no sea en seco 
para que quien venga detrás 
no se golpee en mi espalda.
¿Por qué esa dificultad 
si desde que somos sólo hay dos
umbrales que valgan?
Y no creo yo que en ellos 
tenga opción de mucho titubeo.

Síndrome de Estocolmo

Qué miedo tus verdades tan rígidas,
tan inamovibles, tan exactas. 
Y cómo me he aferrado después a ellas,
a la seguridad de las fórmulas,
a los números, a las secuencias.
Es dúctil la incertidumbre, 
redonda como una madre 
y tan amplia:
no saber el equipaje a preparar;
si lluvia, si sol, si risa, si llanto,
si vida, si muerte.
Pero tanta elasticidad sobrevenida
en tu ausencia,
me hizo temer querer averiguar
cuán hondo era el abismo
y tomé tu relevo asignándome
una tabla de salvación personal
consistente en anudar al tobillo
un grillete de mármol que;
me impidiera saltar,
me impidiera crear,
me impidiera volar.
Es el trastorno obsesivo compulsivo
un síndrome triste de Estocolmo y - qué curioso-
escribiendo lo acabo de averiguar.
Dulce bálsamo, cura saber el porqué.
Ya tengo la llave. 
Se expande la que espera.

Amá

Te ibas,
sólo quedaba entrar para decir
adiós, 
atravesar el umbral
para ver tus ojos que sabían.
Las instrucciones prácticas,
sobre todo a mí que habito
otro lugar, qué hacer 
con el local, 
el armario de los documentos, 
los seguros,
el cuidado de las flores 
del patio de atrás, 
y después las bromas,
siempre tu humor,
también ahí, incluso ahí.
La risa húmeda
y la caricia: "no quiero ver
tu cara con esa nariz hinchada,
pareces Tonetti, sonríe".


Y sonrío.

Mudanza

Amordazarlo con
doble precinto, que no
escape por las rendijas
del desván, que no despierte
a los vecinos,
el cruento eco de
unos sueños apilados
en siete cajas de cartón.