Darse la vuelta...

Darse la vuelta a los ojos, 
doblegar las muñecas, 
los tobillos y llorar. 
Llorar ciudades, 
casas, 
ríos
colmenas, 
enjambres de abejas; 
rutinarias cumplidoras que adulan 
a una reina sin atreverse a despintar 
sus rayas y salir al campo 
a buscar otro néctar 
y escuchar melodías sin zumbidos,
sin jerarquías. 
Atreverse a ser algo más o menos 
o distinto que zánganos, obreros y reinas. 

Tu rostro

Dibujo en una cartulina blanca
cada una de las líneas
que se cruzan en tu cara.
Quiero todas ellas,
sobre todo los sinuosos toboganes
que descienden a los pies de
tu mirada.
Amo cada persona, animal o cosa
que haya propiciado,
incluso sin darse cuenta,
cada uno de esos cauces
que me hablan de una vida
que no ha marginado la risa.

El tiempo todo lo cura

Esa zona dormida
despierta
el círculo seco
que se formó
cuando clavaste tu dedo
en la húmeda arena
se va diluyendo con la marea
del tiempo.

Agujas de los pinares

Agujas de los pinares
Que apuntan a tu cabeza
Ahí donde se alojan
Mis ganas, mi fuerza
Viento que se cuela
Por el hueco de la cueva
Y asciende como culebra
Hasta salir como fuego
De mi lengua
Aliento que te calienta
El tuyo que me alimenta
Sigamos respirando del otro
Y lleguemos hasta esa estrella
“-¿A cúal?-“
La nuestra
Aquella…
Aunque no nos conozcamos, 
somos ya viejos amantes. 
Sé de la textura de tu piel,
de su calor, de tu lengua,
de su justa 
humedad, los latidos 
de tu sexo 
abriéndose camino lento
como si navegaras admirando
el paisaje, 
deteniéndote en cada
valle, 
en cada árbol, 
en cada pájaro. 
Y cómo abres con fuerza 
los postigos de todas mis puertas.
Lamentándote.
Retorciéndote.
Llamándome.

Dos manos

He de tocar lo que amo con
las dos manos, no es suficiente
palpar sólo con una. Así como
no es suficiente amar sólo con
la piel, ni dejar que la mente haga
todo el trabajo. Que no quede
nada fuera, pero tampoco dentro.
Desenterrar las piedras
rugosas que somos tras
las preciosas de muchas facetas.
Beber de la tierra para después
besar el aire, arder
y volar.

Quería viajar...

Quería viajar junto a sus pinceles
envuelto entre la trementina 
el sucio trapo de algodón,
ser mezclado en la paleta 
con un tercio de magenta
y el resto, entre amarillo y verde.
Diluirse en los aceites 
del paisaje de sus piernas,
reencarnando el punto muerto
en su ángulo de visión.
O ser tan solo la calza del pie
de su caballete que sin éxito
ella trataba de fijar
al suelo.