Vine a este lugar a desmembrarme
como hacen algunos peces
cuando tanto mar ahoga;
buscan entre las rocas escondidas
vestiduras nuevas.
Y se lanzan a la orilla a capturar
deseos que lanzan los niños
en botellas imaginarias.
Ahí llega una niña con una trenza muy larga
con ojos como preguntas
y manos como desiertos de piedra.
Y me ve y sonríe como si supiera,
como si comprendiera...

UNA VEZ FUI TODOS LOS ANIMALES


Tenían que haber sido tres,
pero son dos.
Hablo con el del medio
de cuando en cuando.
Invento cuentos de polillas
y de arañas, de libélulas
que consiguen
elevar su pesado cuerpo
con tan frágiles alas,
de ángeles que flotan
junto a nosotros y pregunto
por los que están más allá.

Nunca terminé tu carta
pero todas empiezan igual:
una vez fui todos los animales...

La cajita de música


Claro que fueron vistos,
en otro lugar y en otro tiempo.
La savia de las estrellas
encuentra la forma de traer
su música, imperceptible
para el resto. 

Sólo ellos tienen la manivela
para hacerla sonar. 

Soy el aleteo del insecto
cerca de la lámpara de esta mesita,
y soy el silencio al posarse sobre la luz,
y soy noche.
Un vaho en el aire
que se abisma en esta casa.
La casa que está en este valle.
El valle que está en esta isla.
La isla que está en este mar...

No era audacia, eran ganas,
o el menos común de los sentidos
que me llevaban una y otra vez
a ti, cada vez más desnuda,
con menos lastre que arrojar.

Era tarde, demasiados inviernos
habían deshojado ya al árbol
y el halcón volaba con pocas plumas,
pero sabiendo que sólo aquel,
el más desnudo, le daría cobijo.

¿Cómo no amarte?

Si estás delante de cada cosa,
detrás de cada olor,
encima de mis sueños,
debajo de mi cuerpo,
sobre los tejados,
dentro de mis pasos,
cerca de mis manos,
lejos de mis miedos,
junto a mis recuerdos
conmigo, pero sin mí
encima, debajo, delante, detrás,
dentro. Tan dentro.
De todo lo que es bello.






No quiero ser representada. Que nadie hable en mi nombre si aún no he decidido cuál es.
Todavía sigo buscándolo.
No quiero una compasión que sólo busca aliados a una perversa causa ni ser parte de una manada que vocifera.
Que venga el lobo. También llevo su sangre. La que no está manchada por una humanidad que aún mata agrupada en torno a un pensamiento del que la piedad es sólo la punta de una flecha.
Amo a la mujer que aún no mató a su animal.

Subida a un árbol o bajo su sombra
hacía un anillo con el índice y el pulgar
hasta tocar la lengua e invocaba
con fuerza a la tiniebla.
Llegaron primero unos con antorchas
y manos prestas para el abrazo;
corderos de ojos mansos. Los rechacé.
Entonces vinieron otros envueltos
en oscuridad con un hambre de siglos;
lobos de ojos vueltos
y garras prestas para el asalto.

Abrí mi vientre. Les mostré

mis dulcísimas vísceras. No me equivoqué.

Seguís en la rueda
sin contradecir, contravenir,
contra sentir.

¿Cómo desobstruir las aguas
con pusilánimes ofrendas,
y los pies manchados
de escarcha y orín?

De nada sirve la piedad
de fariseos y mercaderes.

Caleidoscopio


Miro a través del tubo 

el prisma triangular 
donde fui volcando, 
una a una,
todas mis obsesiones.
Tal vez fue cobardía

pero quise estudiarlas 
bajo una luz 
que las ajusticiara 
con mayor benevolencia. 

Pagué verso a verso todas las culpas.



Besas con tus ojos mis palabras
y apresas un rizo que el viento
desplaza hasta tu frente, 

mientras paseo sin mí por estas calles
pero contigo que me escuchas,
y miro a través de ti el muelle
y se moja tu cuerpo con la lluvia,
pero están mis manos húmedas
o son las tuyas...
Me vuelvo como quien gira rápido
la cabeza para no salir en la foto,
no vaya a percibir el resto
por qué los fantasmas no salen
en las imágenes, y corro o corres tú,
y llego o llegas tú, y lloro. Lloramos.
Ambos.


Nos dan un ovillo: una hebra de lana
que dejamos morir en una mano
para hacerla nacer en la otra.
Pero ocurre que desovillando
nos perdemos, y se forma una maraña
sin principio ni final. 

Ahí, en ocasiones, el hallazgo.