Gracias



No interrogo a aquel árbol que me acuna,
dejo que me acaricien sus caminos
y no temo su fuerza ni su altura.
No siento envidia si el sol siempre elige
su hermosa copa para descansar.
Recuerdo hoy lo que un día me dijiste:
todo aquello que brilla es porque es único.



Perfecto endecasílabo que conviene no olvidar.


A golpe de sueños que no se cumplen
se impone la realidad. No hay más.
O quizá haya tantas realidades
como perspectivas de un mismo sueño.
Navegué algún tiempo por un reflejo
de agua para no pasar tanto frío.


Yo decía araña,
tú desenredabas la tela.
Yo escribía rio,
tú cuidabas su caudal y su fauna.
Yo buscaba fuego,
de tus manos salían llamas.

Para no decir azul
dije mar, dije cielo.
Y para no decir amor...

Contrastes



Por la mañana siente cómo empuja
esta vida cuando acaricia el vientre
parpadeante de una de sus nietas,
mas por la tarde siente cómo empuja
la muerte cuando va a ver a su amiga
que reposa junto a una gran ventana
con un poco de luz y bastante agua.
Agradece a la suerte su destino.





(Yo a la mía haberte conocido, Amelia.)

Viajero


Llevo en las costuras un viajero
que me alienta en los umbrales.
Juega conmigo algunas noches
y se despista en los caminos.
No quiere que tema nada,
pero él también se asusta:
con los caballos un poco,
con el amor, mucho.


Abrimos puerta a puerta
todas las habitaciones.
La casa fue tomada
por pájaros azules
que parecían no necesitar de aire,
como si quisieran naufragar
en un fondo impenetrable
sin bronquios, pero con suficiente
amor en los pulmones.
Y huesos, en lugar de espinas.


¿De qué llanto esta lluvia,
de qué puertas cerradas,
de qué tiempo?
¿De qué “yo” esta voz?
Si la palabra que busco
                                              se esconde,
aunque abra todas las puertas...
¿Tras qué velo agazapada?
Quizá sólo en la blancura final,
la respuesta.


Lo que yo señalaba no existía,
lo que me señalaba
me borraba para existir.
Quise que alguien me viera
sin tratar de diluirme en agua.
Pero no lo supe explicar.


Ha de entrar la palabra en ti
serena como el arrullo de un río
que avanza con sus delicadas aguas,
y dejar que se moje en ellas,
y siga sumisa su caudal: 

meciéndose,
volteándose, 

dejándose hacer.
Y se seque al sol sobre una piedra
que frena de pronto su viaje.
Y pase
 la noche a la intemperie.

Escúchala ahora.
Tal vez ya esté lista para hablar.


Has asustado a los peces
con una furibunda red,
al caracol le has puesto
una espiga muy alta y muy fina,
los ciervos se han vuelto ciegos
y no encuentran su hogar.

Y todo esto mientras masticas,
con las botas sobre la mesa,
un crujiente poder.