Enhebro el tiempo en el hueco
aún abierto de mi revés.
Se desliza una música lenta
ajena al movimiento de los ejes.
Cuando al fin se cierre la herida
no existirá motivo de volver.
La luna sobre el canal de Utrecht
divisa y escucha curiosa las escenas
cotidianas:
los amantes en una buhardilla cercana
tejen y destejen sus cuerpos
al compás de unas notas de piano;
una mujer deambula sobre su bici,
sueña al escuchar esa música
y recuerda sobre el puente la danza
que hace años, casi siglos, ejecutó;
un viejo sentado sobre el pretil
observa la luna naranja en las aguas
que reflejan la sombra de una mujer
que avanza sobre una bici
y escucha una melodía
y sueña con unos cuerpos anudados
que hace años, casi siglos,
en una buhardilla cercana
una luna naranja idéntica a esta
a ambos iluminaba.
Era muy cauto el ángel
apoyado sobre la ventana,
la punta de su lengua titubea,
y en ese brevísimo lapso sabemos
que ahora le toca a la piel
decir o no su última palabra.
“No prueba nada, contra el amor, que la amada no haya existido jamás.” Antonio Machado
Nadie podrá arrebatarte los ojos
que pintaste
detrás de su pétrea mirada,
ni la suavidad de aquella piel
de sus, en verdad,
tornadizas manos,
los besos de un metal herrumbroso
que disfrazaba tu saliva dulce,
ni la música de las esferas
que escuchabas cuando hablaba.
No reniegues de lo que sentiste,
aunque te lo inventaras.
Has llegado de un viaje muy largo
donde nadie podía acompañarte
con las manos y los pies
confundidos de extenderlos
en un vacío que te evitaran caer.
Tus primeros pasos fueron seguros
cuando la vida aún era levantar
las manos para tomar los dones
que tus ojos de una galaxia verde
y lejana alcanzaban lejos a ver:
la flor que me ofrecías sin cortar,
las nubes que traían promesas,
los viajes alrededor del mundo
sin salir de la isla, sin salir de la cama.
Y hoy han vuelto las estrellas
a tus ojos y los dones a tus manos,
hoy tomas conciencia de alguien
que lleva mucho tiempo esperando.