Temblor

Vuelvo sobre mí misma
al instante del arcano mundo,
con la misma extrañeza
como si me hubieran
despertado de un larguísimo sueño
y hay un estrépito silencio
de color renacido,
y un olor remoto y nuevo...

Se hace carne el momento
en que uno es todo pregunta.
Es sólo pregunta.
Y siento que nada,
absolutamente nada está perdido.

Qué saben de la risa
ante el pavor,
de la culpa
ante la siniestra humedad
que produce la saliva
de cien cuervos,
qué saben de mecanismos,
qué saben de efectos.

Para algunos no habrá hoy ni mañana ni pasado.
Sólo verán crecer el ayer.

Iaco

Has aparecido de repente
en medio del vuelo sobre el mar. 

Siento tu presencia como la de todos
los muertos:
una honda caricia en mi cuello
y después, sobre mi cabeza
y te has reído con esos ojos
que nunca vi
y recuerdo tu poema de la madre muerta,
que marchaba caminando con una guata en la boca,
y me dices: vos sos tonta,
¿recordás los dígitos de la habitación
de mi último hotel, recordás el día?
Tu buen augurio resultó fallido,
y no pude echar monedas para ver el culo a la enfermera...

Sonríes y te vas.

Vaca mirando al tren

No soy faro,
puede que parachoques
o el saco del boxeador
que se balancea,
o una venda que camina 

detrás de la momia
limpiando el suelo
de su sombra.

No soy haz de luz
ni linterna
ni llama de mechero:
sólo contemplo.

Apenas veo.

Creí que estaba en medio del mar
sin saber qué ofrecer al viento.
Quise hacer el amor,
danzar con él,
pero no lo pude engañar:
mis pesadas hojas
caían,
no encontraba el espacio
sin tiempo
ocupada en contar las olas
con los dedos y la espuma
llorando en mis ojos desmadejados

que ansiaban tanto
mecerlo.

Cansada de ser la mascota fiel
del que predica desde su atalaya
de conocimiento,
orino en sus zapatos cuando duerme.

Y sin embargo, por las mañanas 

lamo con pena su corazón 
mutilado ya de todo asombro.
A pesar
del rancio hotel,
del relato de Stevenson 

que sonaba en aquel momento en la radio,
de ese vientre tan hinchado,
de tus deformes pies a medio camino
entre el violeta y el gris del cielo
bilbaino,
de un árbol amazónico
cuyas hojas invoqué,
de una canción de cuna,
del emplasto de curandera,
de toda la compasión del mundo
concentrada en quince metros cuadrados,
de la ausencia de placer,
hubo belleza esa noche.
De mil maneras distintas
nos lo hemos dicho.
Con cuidado
palpábamos el terreno
con un palo
para evitar la mordedura.
Pero es demasiado tarde
para ambos:
se ha inoculado el veneno.
¿Y de qué sirve este amor
si no puedo escanciarlo?










Flechas romas violando
el aire. La mente traidora
ha dado la orden de ejecución.
¿Cómo burlarla?
Abro caminos y serpenteo,
me oculto bajo las ramas
y llego a un paraje extraño:
una caldera volcánica
con ardientes surcos
que lamen mis pies,
la mente se desintegra,
se pulverizan las piedras,
en su lugar plumas azules y verdes.
Paro y miro sin miedo quién soy:
¿la que lapida
o la que ampara?
¿soy ambas?


¿O ninguna?

Escarcha

Haces un corte transversal
justo en el centro,
raspas las agujas de hielo
y derrites y deshaces...

Yo trato de hacer lo mismo
justo en el centro del tuyo
y suelto el aire despacio,
formo un embudo de aliento
pero no llego...
¿A quién se le ocurrió que libar
era poético?
¿Y el fulgor y los goznes
y los céfiros vientos?
¿Quién dedujo que
la belleza no era bondad?
¿Y al amor? ¿De qué lo revistieron?
De embustes pseudorománticos,
de miel, de cánticos nuevos,
de ardores centinelas
camuflados bajo un orden correcto.
Díganme: ¿cómo se es políticamente
correcto en el amor?
¿Y no caben en él más verbos?
Arremeter, acoplar,
ajustar, embestir, atropellar,
lamer, arrebañar, lengüetear,
impregnar, implantar, atravesar,
morder, aminorar, acelerar,
despertar, resucitar...

Que hablen del amor los vivos,
no los casi muertos.
No deseaba ganar partida alguna, 
bien conoces tú
mi vocación de perdedora,
quizá tener el consuelo
de que en caso de hundimiento
podría reflotar.
Buscaba comodines,
no un as bajo la manga.
De sobra sé que son iguales a su rostro:
un jocoso engaño
como mis fragmentos.
Ojalá, mi amor, pueda algún día
vivir sin ellos.