Para Antonio Sosa 


El poeta moja la pluma
en el inconsciente.
El inconsciente está en sus tripas.
En las tripas su útero
en constante ebullición.
Está preñado siempre, aunque lo ignore.
Y lo que ama, lo que piensa, lo que siente
son los nutrientes 

que el embrión necesita.
Su razón adormecida. 

La abeja no puede negarse
a colaborar en la colmena,
ni la hormiga a trasladar el grano.
La flor no puede decir no
al que la viene a cortar,
ni la hierba huir de la siega.

Pero el náufrago aparta 
el salvavidas,
el visionario cierra sus ojos
a la aurora, 

el amado no abre la puerta 
al amante.
El libre albedrío...


El cinturón de Orión

tan alineado esta noche

y Betelgeuse como una Piedad

con su manto rojo

para secar tus lágrimas,

para acunarte,

para desearte felices sueños.

No creo en vuestros oráculos.

Sí en los ojos de súplica
de muchas estatuas,
en las certezas de los árboles
con su intrincado jeroglífico,
en la ternura de la flor
que nunca se supo tierna,
en las alas de la mariposa
que ignora el altísimo precio a pagar,
en los pájaros de fuego
que escupen llamaradas,
en los peces de tierra dentro
que bucean nueve mares 
sin branquias,
en la música de las esferas...
Pero no, no 
creo en los oráculos
de algunos poetas.

¿Y qué?


Morir no duele tanto-
Vivir nos duele más- (Emily Dickinson)

Para Santiago Pérez Merlo

¿Y qué?
Los versos inacabados
a la espera de tu pluma. 


¿Y qué?
Tu razón y tu vida:
su rutina de exámenes,
sus primeros amores,
su danza, sus ojos. 

¿Y qué?
Ellos, que son y están:
tú antes, tú primero, tú siempre.


¿Y qué?
Y todo. Podías haber muerto
mirando un punto fijo.

Que crecieran sus hijos,
que acabaran en la universidad,
que se casaran,
que nacieran sus nietos...
A ver si da el paso, decías,
quizá en una casa más grande,
con una habitación extra
para todos sus libros,
y una terraza con vistas a Igueldo
para que pudiera pensar...
La biblioteca se quedó sin libros, 

la terraza sin pensamientos
y tu alma llena de lienzos
a medio pintar.

More than this...


No hubo cartas de amor,
ni nos enfriamos una noche
contando estrellas.
No compartimos libros de filosofía,
ni sostuviste mi cabeza
cuando aullaba en mis dos partos.
No te consolé
cuando la muerte se acercó a tu casa...
Pero ambos dejamos caer,
heladas  por una humedad de siglos,
nuestras almas sobre el mismo pretil.


La respuesta


¿Qué me dirías ahora,
acostumbrada a volver a ti,
a tus manos, a tus ojos,
que sabían decir sin hablar?
¿Qué hago con esta nostalgia
que se demora bajo mis párpados?
Invento respuestas en los posos de café,
a través de las gotas de lluvia...
Pero abro un libro
donde en cursiva aparecen
dos versos de Emily:
“todo lo que sabemos del amor
es que el amor es todo lo que existe.”