No hay lobos con los caninos 

a medio hacer, 

ni corderos que te desgarran 

la piel, 

no hay señales que obedecer:

por aquí no, por aquí sí,

ni forcejeos con la palabra 

para que diga lo que falta,

no hay sueños en la penumbra,

umbrales donde detenerse 

para no entrar y salpicar 

de oscuridad 

una hoja inmaculadamente 

blanca. 


En la mediana del silencio 

penetra una luz redonda

como en el claro de un bosque,

una luz que viene de arriba 

e ilumina lo que queda debajo,

un cáliz bien abierto,

un viejo pero olvidado camino

lleno de buenos indicios. 

Vecino

 

Desde mi balcón

veo a un niño pájaro 

que mira la vida

a través de una red. 

Le escucho por las mañanas 


ululando a un pequeño palo,


que mueve veloz entre sus dedos 


enclenques, tiernos. 


Parece que nadie le entiende,


parece no querer entender, 


parece, sin embargo, no estar solo, 


parece que Dios juega con él. 

Para abrazar un alma


No es necesario dar fuelle 

al yo que la posee, 

porque tal vez no sea un yo 

y tal vez no la posea.

Para darle cobijo has de procurar 

un mar en silencio, y aunque 

escuches las olas y las corrientes

te despisten,  

debes nadar más adentro, 

aguzar un oído 

que no está pegado al cráneo, 

limpiar con mimo el ojo, 

estirar cuanto puedas los brazos, 

disuelto ya de ti, 

fundido ya en el otro.