No hay lobos con los caninos
a medio hacer,
ni corderos que te desgarran
la piel,
no hay señales que obedecer:
por aquí no, por aquí sí,
ni forcejeos con la palabra
para que diga lo que falta,
no hay sueños en la penumbra,
umbrales donde detenerse
para no entrar y salpicar
de oscuridad
una hoja inmaculadamente
blanca.
En la mediana del silencio
penetra una luz redonda
como en el claro de un bosque,
una luz que viene de arriba
e ilumina lo que queda debajo,
un cáliz bien abierto,
un viejo pero olvidado camino
lleno de buenos indicios.