La bondad no tiene
quien la mire
pero se basta a sí misma.
La belleza precisa
de otro para ser:
¿Cómo entonces la bondad
puede ser belleza
sin juicio ni valor ajenos?
Sin embargo, nada hay más bello
que lo que no se sabe,
que lo que no se ve.
Presente del subjuntivo
del verbo Amar,
la expresión del deseo
más puro,
suele ir detrás de una palabra
árabe del mismo modo
pero distinto tiempo:
“Si Dios quisiera.”
Y quiso.
El diminutivo de mi ángel
de pelo blanco.
Hueso de luz indestructible
con forma de mariposa,
pirámide con dos salientes
que se ofrecía a los dioses
como ofrenda,
núcleo de resurrección
del cuerpo humano,
número 1701 de terminología
anatómica,
base del ascenso de la Kundalini
y punto débil del caballo
que de pronto un día deja de correr…
¿Alguien percibió que debía cuidar sus alas?
No avisaré de mi llegada,
quizá presientas por el aroma
de ciertas calles
que anduve muy cerca.
Tal vez en aquella plaza
cuando levantes la vista de tu café
y observes una bandada de pájaros
picoteando algo en el aire,
o en el reflejo naranja de un cristal
que refractaba la luz
sobre tu vaso de agua,
o en el traspiés de una mujer
que miraba hacia todos los sitios
y a ninguno sin seguir las indicaciones del equilibrista.
En una risa a destiempo.
O en una lágrima.
Y se hizo otoño en el sueño.
Las hojas movidas por el viento
formaron un corro de brujas
que cantaban en un idioma extraño,
los árboles hablaban entre sí:
pronto llegará la tala
vivid ahora, decía el más alto,
el sonido de un arroyo cercano
parecía la música de un corazón
que sabía del amor y sus daños.
Mis pies descalzos miraban
el camino:
hacia atrás parecía largo,
hacia delante más corto
y escarpado.
Atardece sobre las aguas del río,
se van los perros con sus palos,
las mariposas buscan cobijo
bajo alguna rama,
la corriente golpea a una piedra
procurándole otro lugar…
Todo se traslada sosegadamente,
salvo el puente de tres arcos
que inmóvil observa desde siempre
cómo arden los deseos incumplidos.
Llovió sobre nuestro deseo,
el tiempo dejó mella
en varias esquinas del cuerpo,
como un tapiz de guajiro
que sufre infinitos cambios
y permanece invariable,
así este amor.
Por si te llega mi voz,
antes de quedar dormido:
¿Cómo algo que nunca vino,
pudo no haberse ido?
Un rato en el que me quedé dormida
Un rato en el que sucedió el mundo
Un rato donde salió el sol
y se volvió a esconder
Un lapso de ¿tiempo?
en un no espacio real
Una generatriz curva
que rodea una directriz
y deja estelas como bosques
No más silencio inhóspito.
Hay música entre las viñas
que recorre los surcos
donde tímidos brotes,
apuntalados
por un círculo de piedra,
despuntan.
Hay un horizonte donde el corazón
del equilibrista posa su mirada.
Quisimos abrir, sin cortar,
los alambres del corazón,
quisimos mover, sin levantar polvo,
los escombros en el alma.
Caricias con las que alicatar
los espacios rugosos,
palabras con las que cubrirlos
de mosaicos azules y malvas.
Se nos olvidó limpiar
antes de acometer la obra.
Y la malla. Para saltar.
¿Qué pasará mañana cuando despierte?
¿Seguirá cantando el gallo?
¿Y tendrá el sol su reflejo en el mar,
aunque los hombres se empeñen
en saquearlo?
¿Y los bebés podrán levantarse
de sus cunas?
¿Qué pasará con el amor?
¿Dejarás que pase por tu vida
o tomarás mi corazón
entre tus manos, y mis labios
podrán decir a los tuyos
que las guerras, la muerte, el miedo
no vencerán?
No hay lobos con los caninos
a medio hacer,
ni corderos que te desgarran
la piel,
no hay señales que obedecer:
por aquí no, por aquí sí,
ni forcejeos con la palabra
para que diga lo que falta,
no hay sueños en la penumbra,
umbrales donde detenerse
para no entrar y salpicar
de oscuridad
una hoja inmaculadamente
blanca.
En la mediana del silencio
penetra una luz redonda
como en el claro de un bosque,
una luz que viene de arriba
e ilumina lo que queda debajo,
un cáliz bien abierto,
un viejo pero olvidado camino
lleno de buenos indicios.
Desde mi balcón
veo a un niño pájaro
que mira la vida
a través de una red.
Le escucho por las mañanas
ululando a un pequeño palo,
que mueve veloz entre sus dedos
enclenques, tiernos.
Parece que nadie le entiende,
parece no querer entender,
parece, sin embargo, no estar solo,
parece que Dios juega con él.
No es necesario dar fuelle
al yo que la posee,
porque tal vez no sea un yo
y tal vez no la posea.
Para darle cobijo has de procurar
un mar en silencio, y aunque
escuches las olas y las corrientes
te despisten,
debes nadar más adentro,
aguzar un oído
que no está pegado al cráneo,
limpiar con mimo el ojo,
estirar cuanto puedas los brazos,
disuelto ya de ti,
fundido ya en el otro.