Ubicación

A veces el tallo se desploma,
se tuerce.
Busca la luz del sol, el calor
pero también agradece la humedad
                                   y la sombra.
Y algunas noches
cuando no le vence el sueño,
pregunta al universo:
¿Somos esquejes,
somos fragmentos?
¿Es sobrevivir el modelo?
¿Es esta tierra que piso
el sustrato adecuado?
¿Es 
este suelo?

Reunión

Todos hablan a la vez,
se violan las palabras,
montadas unas sobre otras
con furia, con rabia.
Se apaga la música.
Se enciende el ruido.

Mayor que qué

¿ Cuándo se deja de ser menor 
para ser mayor, 
 y después de qué acontecimiento?
¿ De la última menstruación, 
de las primeras canas, 
del último hijo, 
 del primer nieto, 
de las muertes más sucesivas, más cercanas? 
Y mayor que qué, curiosa y taimada palabra, comparativo incompleto.

Como un gato...


Como un gato que trata de apresar su rabo
y espera agazapado para dar el salto
y estira brusca la pata a una sombra
en el mármol, 
así me he buscado.
Girando sobre mí misma
como peonza lanzada por otra mano
deseando que el tiempo,
ese cuerpo extraño, me haga parar.
En la colisión se puede apreciar
alguna pista del engaño.

Mi paraguas

Y es que a pesar de haber nacido para eso, 
mi paraguas es cada vez menos inmune 
a las inclemencias del tiempo. Se escapan 
algunas varillas por sus extremos y se rasga 
la piel del centro. 
Hoy el cielo azul anunciaba un descanso 
feliz en su paragüero. Nada hacía presagiar, 
ni la dirección del viento, ni las rosadas 
nubes que iba a ser abierto. 
Y es que cada vez pesa más 
la lluvia a mi paraguas viejo. 

Aversiones

Qué cómplices nuestros odios:
los días señalados,
los verdes oasis humanos
todos los actos licuados
que embalsaman el alma,
los cazadores de ciervos
con sus dientes de oro,
las que renqueantes avanzan
por el peso de las nutrias,
los centros comerciales con
su música ambiente, las parafarmacias...
Amamos el jazz, los niños,
los viejos de ojos tiernos, las calles desiertas
y los silencios,
los silencios,
los silencios,
aquellos que finalmente mataron
nuestras cómplices y amorosas aversiones.

Darse la vuelta...

Darse la vuelta a los ojos, 
doblegar las muñecas, 
los tobillos y llorar. 
Llorar ciudades, 
casas, 
ríos
colmenas, 
enjambres de abejas; 
rutinarias cumplidoras que adulan 
a una reina sin atreverse a despintar 
sus rayas y salir al campo 
a buscar otro néctar 
y escuchar melodías sin zumbidos,
sin jerarquías. 
Atreverse a ser algo más o menos 
o distinto que zánganos, obreros y reinas. 

Tu rostro

Dibujo en una cartulina blanca
cada una de las líneas
que se cruzan en tu cara.
Quiero todas ellas,
sobre todo los sinuosos toboganes
que descienden a los pies de
tu mirada.
Amo cada persona, animal o cosa
que haya propiciado,
incluso sin darse cuenta,
cada uno de esos cauces
que me hablan de una vida
que no ha marginado la risa.

El tiempo todo lo cura

Esa zona dormida
despierta
el círculo seco
que se formó
cuando clavaste tu dedo
en la húmeda arena
se va diluyendo con la marea
del tiempo.

Agujas de los pinares

Agujas de los pinares
Que apuntan a tu cabeza
Ahí donde se alojan
Mis ganas, mi fuerza
Viento que se cuela
Por el hueco de la cueva
Y asciende como culebra
Hasta salir como fuego
De mi lengua
Aliento que te calienta
El tuyo que me alimenta
Sigamos respirando del otro
Y lleguemos hasta esa estrella
“-¿A cúal?-“
La nuestra
Aquella…
Aunque no nos conozcamos, 
somos ya viejos amantes. 
Sé de la textura de tu piel,
de su calor, de tu lengua,
de su justa 
humedad, los latidos 
de tu sexo 
abriéndose camino lento
como si navegaras admirando
el paisaje, 
deteniéndote en cada
valle, 
en cada árbol, 
en cada pájaro. 
Y cómo abres con fuerza 
los postigos de todas mis puertas.
Lamentándote.
Retorciéndote.
Llamándome.

Dos manos

He de tocar lo que amo con
las dos manos, no es suficiente
palpar sólo con una. Así como
no es suficiente amar sólo con
la piel, ni dejar que la mente haga
todo el trabajo. Que no quede
nada fuera, pero tampoco dentro.
Desenterrar las piedras
rugosas que somos tras
las preciosas de muchas facetas.
Beber de la tierra para después
besar el aire, arder
y volar.

Quería viajar...

Quería viajar junto a sus pinceles
envuelto entre la trementina 
el sucio trapo de algodón,
ser mezclado en la paleta 
con un tercio de magenta
y el resto, entre amarillo y verde.
Diluirse en los aceites 
del paisaje de sus piernas,
reencarnando el punto muerto
en su ángulo de visión.
O ser tan solo la calza del pie
de su caballete que sin éxito
ella trataba de fijar
al suelo.

Del miedo


Me cansé de chapuceros conjuros,
de coleccionar plumas de águila,
de la física, de la absurda geometría de mis días,
de ahuecar almohadas huecas,
de soplar deseos a un diente de león
calvo, de la esquina de la manta,
de las huellas de los pasamanos,
de negociar con cretinas sombras,
de esconderme tras un cristal,
de no dejarme tocar.

Ya me cansé de mediar, ya no negocio
contigo y cuando sea el momento y
te me quieras llevar,
advierte tú, triste sombra, que la mía
bailando piensa cruzar ese umbral.

No es el hueco...


No es el hueco 
que ocupa tu cuerpo lo que amo,
sino el espacio que lo envuelve, el aire 

que lo acaricia unos instantes tan solo,
el respaldo de la silla 
donde te recuestas cansado 
y miras las aristas de tus pensamientos,
sus extremos
y, por sobre todas las cosas,
el tronco de tu garganta
por donde brota la savia
que da alimento a mis ramas.
La palabra que cuaja.
La úlcera.
La llaga.