Me lo llevo conmigo casi traslúcido,
pero latiendo,
casi transparente por las pisadas
que han borrado todas sus huellas,
pero latiendo,
caliente y un poco rojo como la parte
más expuesta de la mejilla,
ahí donde ha sido abofeteada,
pero latiendo,
silencioso como el niño que ha visto
los efectos de un bombardeo en su propia casa,
pero latiendo.

Casi traslúcido, casi trasparente,
caliente y un poco rojo, silencioso,
pero vivo.



Cábalas


La ingeniería no sirve
para descubrir los vanos
de este puente, las vigas
necesarias para trasladar
el sueño a la palabra. 


Es vana la razón.

El brocal tampoco alcanza.
Es otro el soporte. 

Y se escapa.

El brote de la hoja
avanza cada noche
un poco más pese a saber
que la astilla en el tiesto
                                      espera.


La precipitación llegó en primer lugar

tras el choque de dos nubes

que solitarias vagaban por otro cielo,

más tarde la condensación

de las lágrimas que fui recogiendo

en un pequeño libro de poemas

y cristalizaron sobre el pronombre.

Finalmente llegó la evaporación

cuando alguien lo abrió y volaron

por el aire diminutos brillantes

hasta caer en la superficie del mar.

Mi amor siguió 


el ciclo inverso del agua. 

El taller de la alfarera

(A Alícia Navarro)

La alfarera sobre la copa del árbol
dispone los esmaltes y cuece el barro
y entre las sombras del bosque
vislumbra los paisajes del alma.

El aire que modela entre las manos
antes de materializarlo le da una idea
del contenido de la vasija: una liebre,
un leopardo, una hormiga o un colibrí.

El cuenco está listo. Y parece vacío.
La gente no sabe que está lleno.

Imagina que Dios hace algo parecido.