Detente,
no me definas,
que las oigo venir
blandiendo en su pico
las llaves de tu prisión.
No sé si he inventado
este milagro,
como la niebla inventa
los pájaros de hielo
que cubren el árbol
cuando se marcha,
y, en la mañana, bajo la luz del sol,
persisten sus plumas brillantes
y unos temblorosos picos
sin cuerpo visible
que, aún, cantan.
Que regresen al mundo
las manos compasivas,
que vuelvan a la carne
los ojos de los que ven,
los que en silencio lo sostienen
ajenos al ruido del rencor y la sombra,
los que necesitan sin pedir,
los que procuran sin necesitar,
los que resuelven enigmas
y también los que los plantean,
los agotados que cedieron su fuerza
para cargar la piedra de otro
y en el camino perdieron la suya,
pero no volvieron atrás
y los que sí volvieron
a su pesar.