Darse la vuelta a los ojos,
doblegar las muñecas,
los tobillos y llorar.
Llorar ciudades,
casas,
ríos
colmenas,
enjambres de abejas;
rutinarias cumplidoras que adulan
a una reina sin atreverse a despintar
sus rayas y salir al campo
a buscar otro néctar
y escuchar melodías sin zumbidos,
sin jerarquías.
Atreverse a ser algo más o menos
o distinto que zánganos, obreros y reinas.
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