En aquel soportal quedaron
clavados mis pasos, sentada
en el escalón veía pasar las
prisas, los paraguas temblando
en espasmódicas sacudidas
mientras sacaba una a una las
migas de mi mochila y alisaba
el papel de plata.
Hacía tiempo para parar el tiempo
y no pasar al portal.
Revisaba el estado
de los libros, el imperdible
de mi falda y las horquillas.
Se ponía el sol.
Pero por la noche en la cama
abría mi caja dorada y salían titubeantes
tres mariposas malvas.
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