Te ibas,
sólo quedaba entrar para decir
adiós, atravesar el umbral
para ver tus ojos que sabían.
Las instrucciones prácticas,
sobre todo a mí que habito
otro lugar, qué hacer con el local,
el armario de los documentos,
los seguros,
el cuidado de las flores del patio de atrás,
y después las bromas,
siempre tu humor,
también ahí, incluso ahí.
La risa húmeda
y la caricia: "no quiero ver
tu cara con esa nariz hinchada,
pareces Tonetti, sonríe".
Y sonrío.
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