tan inamovibles, tan exactas.
Y cómo me he aferrado después a ellas,
a la seguridad de las fórmulas,
a los números, a las secuencias.
Es dúctil la incertidumbre,
redonda como una madre
y tan amplia:
no saber el equipaje a preparar;
si lluvia, si sol, si risa, si llanto,
si vida, si muerte.
Pero tanta elasticidad sobrevenida
en tu ausencia,
me hizo temer querer averiguar
cuán hondo era el abismo
y tomé tu relevo asignándome
una tabla de salvación personal
consistente en anudar al tobillo
un grillete de mármol que;
me impidiera saltar,
me impidiera crear,
me impidiera volar.
Es el trastorno obsesivo compulsivo
un síndrome triste de Estocolmo y - qué curioso-
escribiendo lo acabo de averiguar.
Dulce bálsamo, cura saber el porqué.
Ya tengo la llave.
Se expande la que espera.
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