Brote

Algo se le incendió por dentro. Se chamuscaron algunos fusibles de forma espontánea o no, quién sabe, y del montón de cables quemados nació un retoño de aire más fresco y despierto. Parecía diferente de los demás; menos perspicaz y astuto, en apariencia algo lerdo, pero cuando decía algo con ese aire de pimpollo ausente parecía un pájaro viejo.
Recetaba cuentos para las penas y poemas para las dudas de la existencia.
Y lloraba cada tarde y también muchas mañanas. Y reía con las flores.
Se callaba la gente cuando hablaba y dudaban si anestesiarlo o seguir sus raros consejos.
Pero pronto empezó a asustar a su entorno y lo llevaron al médico. Era un brote, le dijeron. Y buscó el significado de su nuevo nombre en el diccionario y entendió que debía volver a quedar dormido o, cuando menos, parecerlo.
Y así todos contentos: los dormidos y los despiertos que simulan echar un sueño en un mundo que parece una enorme y absurda cama circular.

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