No sucumbí al discreto encanto 
de la vida conyugal,
a los trabajos de oficina de ocho a tres,
a pensar idéntico, a reír igual, 
a las normas de conducta para encajar,
a vestir la misma seda, 
a sembrar la misma planta 
una y otra vez...
El deseo me convirtió en modista 
que siguió fielmente las instrucciones 
del patrón que confeccionaron  
mis sueños.

Y pateé los brazos a la pesadilla 
para que no empuñara sus tijeras.



1 comentario: