Sabes que no aceptaría
un confesor distinto.
Me recuesto sobre tu regazo
y acaricias mi pelo,
te hablo en voz muy baja
para no interrumpir el sonido de la noche,
y escucho el roce de las alas de los grillos 
que responden como fieles mandatarios:
estridulan si debo quedarme,
enmudecen si no debo permanecer.

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