Subida a un árbol o bajo su sombra
hacía un anillo con el índice y el pulgar
hasta tocar la lengua e invocaba
con fuerza a la tiniebla.
Llegaron primero unos con antorchas
y manos prestas para el abrazo;
corderos de ojos mansos. Los rechacé.
Entonces vinieron otros envueltos
en oscuridad con un hambre de siglos;
lobos de ojos vueltos
y garras prestas para el asalto.

Abrí mi vientre. Les mostré

mis dulcísimas vísceras. No me equivoqué.

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