Ayer te llegó la hora del primer

fusilamiento, hijo. Escuchas

primero el chasquido,

luego la detonación,

y más tarde el dolor.

Me gustaría limpiar la herida

como buen mamífero: 

a lametazos la sangre seca

e hincar el colmillo para sacar

la bala y echar sobre el agujero

algunas flores
y frutos 

y cantar alguna nana.


Han profanado tu primer horizonte,

pero descubrirás que la marea del cielo

volverá a dibujar otros

con mayor intensidad.

Bonnard lo sabía

   
             Hay después del amor una separación
                 entre las almas de los amantes,
                como si el último suspiro de gozo
           levantara un muro invisible de alambre.
     Ella horizontal, sobre la lánguida colcha, deja probar 

                            a unos gatos
                  sus dedos aún húmedos,
            El vertical, tras un enérgico biombo,
                       se viste ausente...

                        Bonnard lo sabía:
           el tiempo del amor es antes y durante.
                   Después, el recogimiento. 




                       







Hace tiempo dijeron que dije
palabras que ahora no entiendo,
que dije yo cuando quise decir otro,
que dije mar cuando quise decir cielo.
Hoy quiero decir lo que no digo
o lo que dicen que dije hace tiempo
cuando hacía bailar las palabras,
sin importar nada la rima
ni el plomo del pensamiento,
que me roben la comida
del pico, qué importa,
si con eso alicato los huecos.





Deseo sostener toda la dicha
y toda la tristeza del mundo:
sintonizar con ellas desde esta pequeña isla,
darlas a conocer como un simple
transmisor de lo que vive,
de lo que sufre, de lo que muere,
de lo que ama.
No crear nada, sino hacer partícipe
de la maravilla de ser no siendo
más que todo lo que percibo:
el instante desnudo y único
de una flor al nacer, de un solitario árbol
recreándose en su inmensidad,

de la roca que cobija y espera,
de los primeros y tibios
pasos del niño, de los ojos del anciano
llenos de mundos que fueron
y poder decirles que todavía
son, serán...