Del miedo


Me cansé de chapuceros conjuros,
de coleccionar plumas de águila,
de la física, de la absurda geometría de mis días,
de ahuecar almohadas huecas,
de soplar deseos a un diente de león
calvo, de la esquina de la manta,
de las huellas de los pasamanos,
de negociar con cretinas sombras,
de esconderme tras un cristal,
de no dejarme tocar.

Ya me cansé de mediar, ya no negocio
contigo y cuando sea el momento y
te me quieras llevar,
advierte tú, triste sombra, que la mía
bailando piensa cruzar ese umbral.

No es el hueco...


No es el hueco 
que ocupa tu cuerpo lo que amo,
sino el espacio que lo envuelve, el aire 

que lo acaricia unos instantes tan solo,
el respaldo de la silla 
donde te recuestas cansado 
y miras las aristas de tus pensamientos,
sus extremos
y, por sobre todas las cosas,
el tronco de tu garganta
por donde brota la savia
que da alimento a mis ramas.
La palabra que cuaja.
La úlcera.
La llaga.

El collar

La pluma como percutor 
que corta, taladra y golpea 
la masa pétrea.
Mientras, van cayendo lascas
de diferentes formas y tamaños
que esparzo por las esquinas.
No atiendo el núcleo compacto
que queda, ni aplico sutura alguna
al punto de desgarro.
Pero observo con precisión de orfebre
las diminutas lancetas y con las más impuras
fabrico mi collar.